lunes, 18 de julio de 2011

LA SOMBRA DE DUCKADAM

Después de ver fallar a Brasil cuatro penaltis ante Paraguay salió a relucir un nombre que hace ya veinticinco años entró en la historia del fútbol: Helmut Duckadam, portero del Steaua de Bucarest que paró cuatro penaltis de otros tantos lanzamientos en la final de la Copa de Europa de 1986.

Ya Suiza se acercó a la sonrojante marca de fallar tantos penaltis y de tener el dudable honor de errar todos los lanzamientos en una tanda de penaltis en el Mundial de Alemania 2006, cuando en los octavos de final falló sus tres disparos ante Ucrania (Streller, Barnetta y Cabanas fueron los lanzadores).

Brasil falló ante Paraguay sus cuatro lanzamientos: tres fueron fuera y uno paró el meta Villar. Primero fue Elano, el que la tiró fuera. Luego Villar detuvo el penalti lanzado por Thiago Silva. Después, André Santos la tiró fuera y, por último, Fred el que tampoco acertó entre los tres palos.

Pero fue un 7 de mayo de 1986 cuando nació la leyenda del "Héroe de Sevilla". Esa tarde, en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán se disputaba una final de la Copa de Europa que se preveía muy desigualada. Por un lado, estaba el Barça, en lo que debía ser su primer título de campeón de Europa. Por el otro lado, estaba el equipo del ejército rumano, el Steaua de Bucarest, conjunto muy inferior a los blaugranas.

Pero el Barça puso mucho de su parte para perder esa final, la cual se suponía ganada antes de comenzar. En un partido horrendo de los culés el resultado no se movió durante los 120 minutos de encuentro. (Fue el último partido de Schuster con el Barça. Venables lo retiró del campo en el minuto 84 y el alemán entró al vestuario, se duchó, cogió un taxi y se fue al hotel mientras el equipo jugaba la prórroga. Este hecho provocó que fuera apartado del equipo y fuera sancionado dejándole sin ficha federativa para la temporada siguiente)

Con el empate a cero se llegó a los penaltis. Los rumanos fallaron sus dos primeros lanzamientos. Los disparos de Majearu y de Boloni fueron detenidos por el gran Urruti (q.e.p.d.), pero macaron sus dos siguientes lanzamientos, obra de Lacatus y Balint. Lo que se estaba convirtiendo en la noche de Urruticoechea pasó a ser la noche para la historia de Helmut Duckadam. Alesanco, Pedraza, Pichi Alonso y Marcos fueron los encargados de ejecutar las penas máximas blaugranas. Los cuatro encontraron el mismo destino: las manos de Duckadam. Por tanto, resultado de 0-2 para los rumanos y primer título de campeón de Europa para el equipo del ejército.

Ahí comenzó la leyenda de Duckadam y ahí, acabó su carrera al más alto nivel, con tan solo 26 años. Tras esta hazaña, equipos como Sevilla y Betis se interesaron por sus servicios, pero ese verano, mientras estaba de vacaciones en el Mar Negro, una mañana se levantó con dolores insoportables en un brazo. El diagnóstico fue que sufría una trombosis y que debía abandonar el fútbol. Más tarde, intentó volver a jugar al fútbol en el modesto Vagonul Arad, pero la aventura apenas duró poco tiempo. Inmerso en una profunda depresión decidió vivir en el anonimato.

Esa es la realidad. Cuenta la leyenda, que tras parar los cuatro penaltis al Barça, Ramón Mendoza, entonces presidente del Real Madrid, le regaló un Mercedes. Al regresar a Rumanía tuvo un peligroso encuentro con Nicu Ceaucescu, presidente del Steaua y a la sazón hijo del cruel dictador Niculae Ceaucescu, que le exigió que le entregara las llaves del Mercedes. Se decía que el portero se había negado a entregar su coche al hijo del dictador y que, como represalia, la policía secreta le había roto los dedos de las manos, para que no volviera a jugar al fútbol. Esta historia sobre Duckadam se hizo tan popular que para la mayoría del pueblo rumano, siempre fue verídica.Quizá porque Ramón Mendoza y los Ceaucescu nunca negaron la mayor y porque la verdad de toda la historia de Duckadam sólo se conoció casi veinte años después.

Con el tiempo se ha sabido que en esos malos momentos, Duckadam atravesó una grave crisis financiera y que le obligó a deshacerse de sus bienes más preciados. Primero de un piso suyo, más tarde de uno de su familia y por último, el que guardaba con más sentimiento: los guantes que le catapultaron a la gloria y al recuerdo del fútbol.

DAVID RODRÍGUEZ

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